Estoy viendo en Netflix una serie bastante floja de la BBC, Doctor Foster. La traigo a colación no para recomendarla, sino porque en un momento dado, su protagonista, la doctora Gemma Foster, ya al tanto de todas las mentiras e infidelidades de su marido, dice algo así como que se le está escapando la vida y no se está dando cuenta. Anda, si le pasa lo mismo que a mí.
Hace unas semanas le decía a mi pareja, Diana, que esa sensación de que se me escapa la vida sin darme cuenta se ha acrecentado desde que soy periodista freelance y mi día a día se ha convertido en un deadline constante. Todo son fechas de entrega. Fechas límite. Fechas tope. Yo voy saltando de una a otra de forma inconsciente, como un autómata, y cuando me quiero dar cuenta ya se ha pasado una semana más, un mes más, medio año más. Bien visto, la palabra inglesa para designar el concepto «fecha límite», con esa referencia a la muerte en su construcción (dead), tiene todo el sentido del mundo: al final cada deadline te acerca un poco más a la muerte.
Poco se habla de lo que implica ser freelance y vivir asediado por las deadline. Las fechas límite no entienden de familiares ingresados o muertos o de hijos que se pasan diez días en casa enlazando torceduras de tobillo con virus varios. Ellas siguen ahí, recordándote a cada minuto que tienes un encargo para el que no valen las excusas. No hay tiempo para el sentimentalismo en la era de la hiperindividualidad, la autoexplotación y la desprotección absoluta. Mucho menos si eres freelance. Lo he comprobado últimamente.
Estos últimos diez días tanto mi pareja como servidor hemos tenido que sacar adelante reportajes, entrevistas, notas de prensa y artículos varios con el sonido de Peppa Pig y Patrulla Canina de fondo, atendiendo las demandas constantes de un niño de 3 años que afortunadamente aún no entiende de fechas límite. Fuimos tachando deadlines como autómatas y cuando llegó el viernes volvimos a decir aquello de que el tiempo vuela. El problema, como dice Gatsby Welles, el protagonista de Dia de lluvia en Nueva York (larga vida a Woody Allen), es que muchas veces el tiempo vuela en clase turista. La vida no siempre es un viaje cómodo.